Complejidad & Arquitectura

Por: Jonsi Ellis-Calderón   AQ-14647    Año: 2012

La arquitectura es compleja, y el arquitecto es un ser complejo. La arquitectura está súper-compuesta de muchas variables, y la mente del arquitecto debe manejarlas todas con total propiedad. El diseño en general, y el diseño arquitectónico en particular, como procesos creativos; y la forma arquitectónica, como forma construida en tres dimensiones (o cuatro dimensiones si se analiza más profundamente) están intrínsecamente ligados entre sí y son inseparables.

Pero, en el fondo, ¿Es la arquitectura simple o compleja? Según la teoría del caos, al igual que la vida, la arquitectura es ambas cosas a la vez. Lo simple es un reflejo de lo complejo y lo complejo es un reflejo de lo simple. Es ambas cosas al mismo tiempo.

La arquitectura es compleja, pero no es complicada. No está reservada para ser comprendida o vivida por las grandes mentes brillantes, sino que, por su sencillez, puede ser disfrutada y apreciada hasta por un niño. Cualquier persona experimenta y vive el espacio, y le gusta o no le gusta. Es simple. En cierta forma, el arquitecto debe volverse como un niño para ‘crear’ arquitectura, echando mano de la creatividad que pueda darle su intelecto, sus conocimientos y experiencia; pero, también debe poseer un bagaje muy amplio de todos los temas del saber humano. No tiene que ser un enciclopedista, pero debe intentar serlo.

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Observando esta dualidad a través del lente del paradigma de la complejidad, todos los componentes del proceso de creación están relacionados entre sí, y a su vez, están presentes en cada parte de la forma construida; la cual a su vez, posee muchos componentes, todos  ligados entre sí e interdependientes del proceso de diseño[1].

El diseño en su expresión total, sea diseño arquitectónico, diseño  urbano, diseño gráfico, diseño de interiores, diseño del espacio habitable interior o exterior, es un proceso de caja negra (si se le puede considerar como tal) que toma lugar en la mente del arquitecto. El arquitecto echa mano de su experiencia, su conocimiento y su subjetividad como ser humano, y ‘produce’ una forma construida. Lo que empezó en el mundo de las ideas, toma implicación física.

“¿No es el proceso de diseño arquitectónico un constante oscilar entre los factores que hay que tomar en cuenta en un proyecto? Circulación, proporción, funcionamiento, forma, topografía, ritmo, estructura, costos, deseos de los usuarios, etc. […] Podemos pensar sólo en un factor a la vez, pero oscilando constantemente entre todos y corrigiendo a todos, respetando uno al otro, llegamos poco a poco a un todo armonioso, que se acerca –análogamente- al concepto de unidad”[2]. Desde un enfoque holístico de este proceso de ‘caja negra’, el diseño arquitectónico debe acometerse como un conjunto integral de procesos interrelacionados.

La teoría de la relatividad de Einstein de la primera mitad del siglo XX, bombardeó al mundo con un cambio de paradigma cuestionando la física clásica de Sir Isaac Newton. Según Einstein, el espacio y el tiempo no constituyen entidades separadas, ambos están relacionados en una unidad ‘espacio-temporal’ cuatri-dimensional. La forma construida es entonces un espacio cuatri-dimensional complejo, compuesto por las tres dimensiones de nuestro espacio físico, más una cuarta dimensión que es el tiempo (el recorrido).

La forma construida, que estuvo primero en la mente del arquitecto, es algo más complejo aún que los componentes físico-materiales que la componen. Podríamos decir que es “una situación de la realidad compuesta por múltiples componentes entrelazados y vinculados entre sí; esta situación compuesta se concibe como una totalidad que presenta ciertas propiedades emergentes que no están presentes en las partes vistas aisladamente”[3].

Tomando como ejemplo el cuerpo humano, este está conformado por una serie de sub-sistemas actuando simultáneamente e interrelacionándose de manera muy compleja. En este bio-ser homo-sapiens actúa un sistema nervioso central encargado de regular el funcionamiento de todo el cuerpo a través de impulsos eléctricos de baja frecuencia por medio de una compleja red de “cableado estructurado”. El cerebro es el comando central desde donde todas las órdenes parten. Estas órdenes viajan por el “cableado estructurado” (sistema nervioso) hasta el lugar del cuerpo en donde se deben ejecutar, siguiendo la sola voluntad de la persona. El sistema óseo es la estructura primaria sobre la que descansa una intrincada red de músculos y tendones, encargados de dar movilidad al cuerpo, posibilitando el desplazamiento a través del espacio. El sistema digestivo metaboliza los alimentos proporcionando la energía suficiente para el funcionamiento de todo el cuerpo. El sistema circulatorio, por medio de venas, arterias y vasos capilares distribuye por todo el cuerpo humano la sangre necesaria para la vida, y por ende para el funcionamiento óptimo de todos los sub-componentes. Una epidermis envolvente que se renueva cada cuatro días, confina y protege el ‘interior’ del cuerpo del ‘exterior’ del mundo. Podría decirse que todos estos subsistemas provocan una maravillosa sinergia[4] digna de admirar.

Pero el arquitecto también, en cierta medida, se parece a un chef de alta cocina. Un chef debe tomar ingredientes de todo tipo, mezclarlos con proporción, y a veces cocinar por etapas. Utiliza diversas herramientas como cucharones, ollas, cuchillos o tenedores. Sigue recetas y respeta tiempos de cocción. La presentación final del platillo es tan importante como el sabor del mismo. Debe deleitar todos los sentidos de su público meta: olfato, gusto, vista y hasta tacto. Existen en el mundo tantos gustos como personas, así como ciertos platillos son originarios de ciertas áreas geográficas y gustados por ciertas culturas.

El arquitecto, de igual manera, utiliza muchos “ingredientes” de construcción: los materiales. Debe saber mezclarlos con proporción y llevar a cabo el proceso constructivo por etapas. Utiliza herramientas en el proceso, desde algo tan pequeño como un destornillador, un formón, un martillo o una pinza, hasta algo tan grande como una grúa de cien metros de alto, la cual se constituye en una extensión de su brazo. El resultado final, que es la obra construida, debe deleitar todos los sentidos de su público meta: olfato, vista, oído y hasta tacto. El arquitecto debe saber jugar con aromas para estimular el olfato de las personas, como con las flores de un jardín. La textura de los diferentes materiales estimula la vista y el tacto de los usuarios del edificio. El arquitecto hasta puede manipular la brisa que atraviesa por los aposentos de una casa para susurrar al oído de los ocupantes despertando su imaginación, como lo hizo Frank Lloyd Wright en el diseño de la casa Kentuck Knob en Chalk Hill, Pennsilvania. En esta casa, una escultura conocida como “campanillas de viento” ubicada en el patio trasero susurra con la brisa para deleite de los que la escuchan. A través de estas experiencias, el arquitecto establece una conexión íntima con su cliente, una conexión que se da a través de los sentidos… una conexión sensorial. Similar conexión a la que establece un chef con sus comensales.

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«Campanillas de viento» en Kentuck Knob. Frank Lloyd Wright.

Análogamente al cuerpo humano, la arquitectura es una serie de sub-sistemas (sub-componentes) interactuando simultáneamente en la forma construida, superponiéndose e interactuando como capas o layers. Un sistema eléctrico controla la energía con la que funciona el edificio. El sistema mecánico (hidráulico) hace funcionar adecuadamente las tuberías que llevan el agua potable hacia el interior del edificio, y a su vez, canaliza las aguas negras, jabonosas y pluviales que deben ser desechadas hacia afuera del sistema. Las estructuras primaria y secundaria conforman el sistema estructural de sostén por medio del cual el edificio cumple su razón de ser y permanece en pie permitiendo su habitabilidad. Una epidermis exterior, conformada por cubiertas y paredes, protege al sistema de las inclemencias del tiempo y proveen cobijo a los usuarios/habitantes del sistema habitable. ‘El aire que queda dentro’[5] es el espacio habitable. El usuario (observador) interpreta el espacio según su subjetividad, su cultura, su edad, sus experiencias anteriores y su propia ‘sensibilidad’. Este observador externo (usuario) no es ya un sujeto ajeno al funcionamiento del sistema, sino que al entrar en contacto con el sistema (forma construida) lo moldea y modifica, y también se modifica a sí mismo. El usuario influye sobre el sistema y el sistema influye sobre él.

Los edificios se diseñan para ser habitados por personas. Los futuros habitantes de estos espacios conformarán una unidad con él. Dicho espacio puede ser una oficina que será habitada por empleados de una compañía, una casa que será habitada por una familia con sus hijos, mascotas y muebles, un centro comercial que será habitado por tiendas y compradores, un parque que será habitado por niños, deportistas y caminantes, o hasta una cárcel. Puede ser también una ciudad, grande o pequeña, que será habitada por ciudadanos. El edificio o la ciudad, el parque o la vivienda, las oficinas o el mall, conforman un sistema que funciona (o debe funcionar) en armonía con los usuarios de dicho sistema. Es el contexto en el cual los usuarios/habitantes viven y se desenvuelven. Ambos conforman un sistema único ahora. Un sistema autónomo. Un sistema que se auto-regula constantemente de acuerdo a la teoría autopoiética.[6] Las personas y el edificio se convierten en uno solo y el producto final no-terminado es el sistema mismo.

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De acuerdo a esta teoría autopoiética, los arquitectos tienen una gran responsabilidad sobre sus hombros. Las obras arquitectónicas que diseñen y construyan deben ayudar de manera positiva al funcionamiento de este futuro sistema constituido por los ocupantes del edificio y el edificio mismo. La buena arquitectura debe provocar unidad y paz de espíritu en sus usuarios, por lo que el arquitecto debe tener en cuenta aspectos tan intangibles como la sicología, comportamiento, cultura, aspectos sociales y antropológicos del futuro usuario.

La arquitectura es en definitiva, una disciplina compleja. No debe caer en una visión de la realidad “estrecha y superficial”. Algunos economistas están cuestionando recientemente su propia profesión, ellos llaman a la economía de nuestra era globalizada digital “un conjunto de conocimientos estrecho y superficial. ‘Estrecho’ porque trata apenas una perspectiva de la vida interconectada con la sociología, la sicología, la politología, la antropología y todas las demás disciplinas que forman la ciencia social; superficial, porque ‘debajo’ de ella se encuentran valores ético-morales, visiones trascendentes, sentimientos religiosos y concepciones culturales de toda índole […] El problema es que, al engañarnos y engañar a otros con la falsa precisión de los números, perdemos conciencia de la gran riqueza de interconexiones o interacciones humanas sin la cual lo económico no tiene sentido alguno”.[7]

De manera análoga a esta visión de la economía, la arquitectura y el quehacer del arquitecto, no debe circunscribirse al aspecto ’técnico’ de la construcción. El asunto es mucho más complejo. Subyace, bajo ese aparentemente buen orden superficial de las cosas, bajo la estructura aparente del sistema de orden vigente, detrás de la familiaridad de lo cotidiano, imbricado debajo de la organización natural de la familia y de la sociedad, una estructura oculta a nuestra vista que sostiene, sustenta y fundamenta, espontáneamente, el orden natural necesario para sustentar dicha vida.

Cuando entramos en un proceso de repensar lo cotidiano, que se ha vuelto tan familiar que aún estando ante nuestros ojos no lo vemos, y permitimos que la vida interior de una familia, una ciudad o una persona florezca abiertamente, en libertad, descubriremos ciertas cualidades de la estructura oculta que no esperábamos ni imaginábamos encontrar.

Además de un conocimiento exhaustivo de aspectos técnicos y constructivos, el arquitecto debe intentar volverse un maestro en aspectos mucho más sutiles e intangibles. Según Josep María Montaner, detrás de la forma arquitectónica construida, existen siempre implicaciones éticas, sociales y políticas; es decir, hay una relación forma-ideología. El discurso de la arquitectura y el urbanismo debe interpretar los objetos creativos de la manera más contextualizada posible. Y, debido a que el paradigma de la ciencia clásica ha sido superado en la segunda mitad del siglo pasado, el pensamiento complejo actual aspira al conocimiento multidimensional.

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Las cosas que ‘no se ven’ en arquitectura, son tan importantes (o tal vez más importantes) que las cosas que sí se ven. Con este enunciado, le estamos dando la razón al escritor anónimo de la Epístola a los Hebreos: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”.[8] Es por fe, que una persona abre una llave en un lavatorio en una casa; porque espera, o más bien sabe, que va a salir agua de ahí. Esa persona no está viendo físicamente la tubería, las conexiones hidráulicas, ni el acueducto que viaja muchos kilómetros desde las montañas, pero sabe que esas cosas están ahí, y simplemente lo cree y no lo cuestiona. “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”.[9] Pero, aún así, esos elementos se pueden ver con los ojos físicos.

“La arquitectura es abstracta. La forma abstracta es el molde de lo esencial. Es, según podemos ver, el espíritu en formas objetivadas. Hablando con propiedad, la abstracción no tiene realidad, a menos que haya sido integrada en la materia. La realización de la forma es siempre geométrica. La llamamos modelo. La geometría es el andamiaje evidente sobre el que la naturaleza trabaja para conservar su escala al ‘diseñar’. Por ello, es a través del abstracto corporizado, que cualquier verdadero arquitecto, o cualquier auténtico artista, debe trabajar para convertir su inspiración en ideas de forma, en el campo de las cosas creadas.”[10]

¿Qué pasa con los elementos intangibles e invisibles que rigen el funcionamiento de la naturaleza? ¿Dónde está ese orden superior no comprendido[11] que hace funcionar el universo? Según la teoría del caos, éste tiene que ver más con lo que no podemos saber que con la certeza y los hechos propiamente. Tiene que ver con el dejarse ir, con la aceptación de los límites y con la celebración de la magia y el misterio.

El buen arquitecto debe proveer a su obra de arte (casa, edificio, parque, centro comercial, acera, estacionamiento, urbanización, ciudad, etc.) una estructura intangible que la soporte, ese algo que podría llamarse un concepto que la sustente. El alma de un ser vivo. Un concepto sin el cual, esa obra de arte sería muerta, como un pueblo fantasma, como un cadáver sin vida. Es aquí donde el buen arquitecto debe utilizar sus habilidades sicológicas, sociológicas, y hasta síquicas si se quiere.

Según Vitruvio “la arquitectura es una ciencia que surge de muchas otras ciencias, y adornada con muy variado aprendizaje; por la ayuda de que un juicio se forma de esos trabajos que son el resultado de otras artes. La práctica y la teoría son sus padres. La práctica es la contemplación frecuente y continuada del modo de ejecutar algún trabajo dado, o de la operación mera de las manos, para la conversión de la materia de la mejor forma y de la manera más acabada. La teoría es el resultado de ese razonamiento que demuestra y explica que el material forjado ha sido convertido para resultar como el fin propuesto. Porque el arquitecto meramente práctico no es capaz de asignar las razones suficientes para las formas que él adopta; y el arquitecto de teoría falla también, agarrando la sombra en vez de la substancia. El que es teórico así como también práctico, por lo tanto construyó doblemente; capaz no sólo de probar la conveniencia de su diseño, sino igualmente de llevarlo en ejecución”.[12]

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Obra de Pablo Picasso.

“Si la arquitectura es interpretada como lenguaje, lo más importante de ella es su capacidad de comunicación, la facilidad para transmitir sus imágenes y elementos estilísticos […] El mecanismo de la metáfora, procedente esencialmente de la poesía, fundamenta que lo esencial de cada edificio es su potente grado metafórico, la capacidad para evocar significados muy diversos de un modo no literal ni evidente.”[13] Es más importante aún lo que se dice. El contenido. El buen arquitecto debe poseer dotes de comunicador, esencialmente como un periodista, o un escritor de novelas o cuentos, o un cronista de sucesos. La metáfora es definitivamente su mejor herramienta para decir algo. El buen arquitecto debe ser también poeta.

La obra de arquitectura (casa, edificio, parque, centro comercial, acera, estacionamiento, urbanización, ciudad, etc.) debe poder hablar. Su creador debe ponerla a hablar. Pero no hablar por hablar, sino expresar ese concepto, esa estructura interna la cual dice tener. Al igual que una pintura de Picasso, una partitura de Mozart, o una escultura de Miguel Ángel, que dialogan con el observador a niveles tan profundos que no pueden ser descritos fácilmente, la obra del arquitecto puede y debe hacer lo mismo. Esta es una tarea nada fácil para un arquitecto, que debe hurgar en lo profundo de sí mismo para saber si tiene algo que compartir.

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Casa de habitación. Ópera prima del autor.

El deconstruccionismo y el parametrismo en la arquitectura, o la abstracción y el cubismo en la pintura, tratan de expresar de una manera muy literal esa estructura oculta detrás de su obra. Si un arquitecto (o artista en general) logar expresar sus sentimientos a través de su obra de arte, estamos en presencia de un genio. Un genio que probablemente lo sea en muchos ámbitos del quehacer creativo, pudiendo inclusive rayar en la demencia, pero genio al fin.

Un buen arquitecto que diseña una casa, un parque, un jardín, una oficina o algo tan simple como en deck en el patio para su cliente, espera convertirlo en un ser social mejor, mejorando cualitativamente las condiciones en que vive, de modo que pueda encarar la vida de una manera más positiva. Debe tener en cuenta aspectos tan dispares como la edad de su cliente, su bagaje cultural, sus raíces y su raza; así como el lugar donde se emplaza la obra a construir y la idiosincrasia de ese lugar. Debe encontrar un balance entre forma y función, entre materiales constructivos y tecnologías constructivas, entre espacio y texturas, entre estructura subyacente oculta y estructura físico-material.

Una obra arquitectónica, al igual que una obra de arte, debe arrebatar al espectador de su realidad, hacerlo olvidarse de sí mismo e introducirlo por completo en un mundo nuevo, un mundo que estuvo primero en la imaginación del arquitecto. “La obra de arte es, en primer lugar, una génesis”.[14] Para lograr eso, debe tocar sus fibras internas, por medio de una visión compleja de los puntos neurálgicos que toda obra de arquitectura debe tener.

“El Maestro en el arte de la vida no distingue mucho entre su trabajo y su juego, su trabajo y su ocio, su mente y su cuerpo, su educación y su recreación, su amor y su religión. Apenas distingue cuál es cual. Simplemente, percibe su visión de la excelencia en todo lo que hace, dejando que otros decidan si él está jugando o trabajando. A sus propios ojos siempre está haciendo las dos cosas”.[15]

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El arquitecto debe desarrollar una visión holística de la vida y del mundo que le rodea, solo así podrá lograr que su obra diga algo digno de ser escuchado. El arquitecto debe buscar ser un enciclopedista, en el camino está su disfrute. Hablando del artista en general, pero también del arquitecto en particular, es ante todo “un hombre semejante a nosotros, pero que lleva dentro una fuerza visionaria y misteriosa. Él ve y enseña. A veces quisiera liberarse de ese don superior que a menudo es una pesada cruz. Pero no puede. Acompañado de burlas y odios, arrastra hacia adelante y cuesta arriba el pesado y reacio carro de la humanidad…”[16]

 

Bibliografía:

 

  • Cruz Romero, Jorge Eduardo. El Paradigma de la Complejidad. Artículo. 2009
  • Gallegos, Miguel. La epistemología de la Complejidad como recurso para la educación. Artículo. 2000
  • Demian Doyle, Christian. Estudio, análisis y práctica del paradigma de la Complejidad. Artículo.
  • Martínez, Francisco J. Complejidad. Artículo. Universidad Nacional de Educación a Distancia.
  • Romero Pérez, Clara. Paradigma de la Complejidad, modelos científicos y conocimiento educativo. Artículo. Universidad de Huelva
  • Coromoto Salazar, Iluska. El paradigma de la Complejidad en la investigación social. Artículo. Universidad Nacional Experimental “Simón Rodríguez”. 2003
  • Caro Almela, Antonio. El paradigma de la Complejidad como salida de la crisis de la posmodernidad. Revista Discurso, nº 16-17, Madrid, España. 2002
  • Bornhorst, Dirk. Arquitectura, Ciencia y Tao. Ediciones Ecología y ArTitectura. Caracas, 1991
  • Churnside, Roger. Blacksmith-gate. Periódico La Nación, 26 de junio de 2012.
  • //en.wikipedia.org/wiki/Vitruvius
  • Montaner, Josep María. Las formas del siglo XX. Editorial Gustavo Gili, 2002.
  • Montaner, Josep María. Sistemas arquitectónicos contemporáneos. Editorial Gustavo Gili, Barcelona. 2008.
  • Rueda, Salvador. Un nuevo urbanismo para abordar los retos de la sociedad actual. 2009

 

[1] Holograma: todas las partes están dentro del todo, y el todo está en cada parte.

[2] Dirk Bornhorst, Arquitectura, Ciencia y Tao, 1991

[3] Edgar Morin

[4] Sinergia: Interacción entre dos o más tipos de organismos, sistemas o personas, cuya cooperación conjunta produce un resultado mayor que la suma de los resultados individuales.

[5] Arquitectura según una definición vitruviana.

[6] “Propiedad básica de los seres vivos como sistemas determinados en su estructura; es decir, son sistemas tales que cuando algo externo incide sobre ellos, los efectos dependen de ellos mismos, y no de lo externo”

[7] Roger Churnside. “Blacksmith-gate” Ensayo. 2012

[8] Hebreos 11:3 Versión Reina Valera 1960. SBU.

[9] Hebreos 11:1 Versión Reina Valera 1960. SBU.

[10] Frank Lloyd Wright, 1957

[11] Caos: “Orden superior no comprendido”

[12] Marcus Vitruvius Pollio, conocido como Vitruvio. Obra: “De Architectura”.

[13] Josep María Montaner. “Las formas del siglo XX”

[14] Paul Klee. Das bildnerische Denken.

[15] Texto budista zen.

[16] Wassily Kandinsky. “De lo espiritual en el arte”. Barcelona, 1973