El Arte Antiguo de Mesopotamia y Egipto

El ARTE Antiguo de Mesopotamia y Egipto:

Ideas de Poder y Autoridad

Por: Arq. Jonsi Ellis-Calderón AQ-14647

Anteriormente en nuestro blog comentamos sobre La Arquitectura Antigua de Mesopotamia y Egipto y de cómo las tumbas en Egipto, y los templos y palacios en la Antigua Mesopotamia, son las obras arquitectónicas que más reflejan el ejercicio del poder en aquella época.

Los reyes y sacerdotes de la Antigua Mesopotamia y Egipto, quienes tenían el poder, eran los que dictaban las pautas a seguir por parte de los artistas de su época; por ello, dicho arte exalta las ideas de poder y autoridad. Éstos, en consecuencia, pintaban o esculpían lo que sus ‘jefes’ les ordenaban y como ellos les decían. Arnold Hauser [1] nos dice que los sacerdotes y los príncipes “buscaban en el artista un aliado para la lucha por el mantenimiento del poder”, también nos dice que “en las representaciones plásticas, todo gira en torno a la persona del rey” y que la escultura “es un arte señorial, un monumento al rey, un cuadro representativo”.

Observamos claramente que el artista estaba prácticamente atado de manos, trabajaba para su jefe y no podía si quiera ser innovador. Pero su rey era considerado todavía más que eso, era también su dios, y como tal tenían que obedecerle y protegerle ya que su bienestar aseguraba el bienestar de todo el pueblo. “El monarca era considerado como un ser divino que gobernaba sobre sus súbditos y que, al abandonar esta tierra, subiría de nuevo a la mansión de los dioses de donde había descendido” (Ernst Hans Gombrich) [2].

Esto nos lleva a observar uno de los recursos más utilizados por los artistas, por ejemplo, egipcios: el sentimiento de la eternidad y la inmortalidad. “Los faraones de Egipto, en su endiosamiento, creían que al reproducir sus hazañas en las paredes indestructibles de las tumbas, se aseguraban una vida inmortal en el cielo y en la tierra” (Karl Woermann) [3].

Un ejemplo muy claro para ilustrar esto es una pared de la tumba de Jnumhotep II situada en Beni Hassam, localidad del Antiguo Egipto al sur de El Cairo, que data de 1900 A.C. Jnumhotep II era un gran dignatario del Imperio Medio, una suerte de alcalde. En la pintura se lo muestra cazando aves con una especie de boomerang, dirigiendo a un grupo de pescadores, cobrando una gran redada, atrapando aves acuáticas en una malla, y también arponeando peces. A Jnumhotep II se le dio el nombre de “grande en peces, rico en aves, adorador de la diosa de la caza”.

Fragmento de la tumba de Jnumhotep II, cerca de Beni Hassam. Foto: Kurohito Wikimedia Commons
Fragmento de la tumba de Jnumhotep II, cerca de Beni Hassam. Foto: Kurohito Wikimedia Commons

En Mesopotamia también encontramos ejemplos claros de este tipo, los déspotas babilónicos también se aseguraban de reproducir sus hazañas para la posteridad, pero aunque los artistas de Mesopotamia no fueran contratados para decorar las paredes de las tumbas, también tuvieron que asegurar, de otro modo, el poder vivificador de la imagen. “A partir de los tiempos primitivos se desarrolló la costumbre de que los reyes de Mesopotamia encargaran monumentos conmemorativos de sus victorias en la guerra, los cuales hacen referencia a las tribus derrotadas y al botín capturado” (E. H. Gombrich) [4].

Un ejemplo es el “monumento conmemorativo del rey Naramsin” hallado en Susa y que data de 2500 A.C., en el que se muestra al gobernante pisoteando los cuerpos de sus muertos adversarios, mientras otros enemigos le imploran piedad. Si bien estas obras no ‘aseguraban’ la eternidad o la inmortalidad egipcias, sí recordaban y fortalecían la autoridad y el poder del rey.

En épocas posteriores estos monumentos evolucionaron hasta convertirse en una completa crónica gráfica de las campañas del rey. Los mejores ejemplos de estos datan de un periodo relativamente próximo, el reinado del rey Asurnasirpal III de Asiria, del siglo IX A.C. En estos monumentos asirios, los reyes, por medio de sus artistas, estaban utilizando el recurso de la difusión y propaganda porque “si los observamos más detenidamente descubriremos un hecho curioso: hay multitud de muertos y heridos en esas guerras terribles, pero ni uno solo es asirio. El arte de la difusión y propaganda se hallaba muy avanzado ya en aquellos lejanos días” (E. H. Gombrich) [5].

La escultura era otro medio que utilizaban los egipcios para perennizar la apariencia del rey, para que este continuara existiendo para siempre; ya que ellos creían que la conservación del cuerpo no era suficiente. Para ello ordenaban a los escultores que labraran el retrato del rey en granito, y lo colocaran en la tumba donde nadie podía verlo, donde operara el hechizo y ayudara al alma a revivir a través de la imagen ahí presente.

Un ejemplo de esto son las famosas estatuas del príncipe Rahotep y de su esposa Nofret, que datan de la IV Dinastía del Imperio Antiguo y que fueron halladas en un sepulcro de Meydum. Otros ejemplos son las estatuas de Anchva y de Meten (Amten), de principios de la IV Dinastía; así como las esculpidas en piedra caliza de Salt, Sepa y Nesa. “La realidad personal de cada uno, la fidelidad del retrato, obedecen a la necesidad religiosa de asegurar al difunto vida inmortal” (K. Woermann).

Estatuas de Rahotep y Nofret, Egipto, IV Dinastía. Foto: Jaromir Malek, Egipto 4000 Años de Arte, Barcelona, 2007, p.47
Estatuas de Rahotep y Nofret, Egipto, IV Dinastía. Foto: Jaromir Malek, Egipto 4000 Años de Arte, Barcelona, 2007, p.47

Pero tal vez la obra escultórica más grande que hicieron los egipcios para exaltar la idea de poder y autoridad es la Gran Esfinge de Gizeh, ya que era ‘solamente’ otra tumba que iba a recibir los restos mortales del faraón, tallada en la época de Khefrén.

Comparación con íconos religiosos modernos. Definimos primeramente a un ícono como “pintura portable en madera (y más rara vez en mármol y en metal), que se guardaba en las iglesias o en los obispados, o bien en las casas particulares, o en lugares públicos. Y que se podía llevar colgado del cuello, cuando era muy pequeño y metálico”.

En la cultura contemporánea se hace uso de la imagen principalmente con temas religiosos. Durante siglos se hicieron imágenes para exaltar la figura de santos católicos, imágenes de santos en pintura, íconos o escultura, de diferentes estilos y épocas, y de los más variados lugares.

Estos santos se ganaron su derecho a ser retratados, no por haber sido déspotas y poderosos, sino todo lo contrario: seres humildes y dadivosos. Esto nos lleva a establecer diferencias con el uso de la imagen que se hacía en el arte antiguo de Egipto y Mesopotamia. Este era un arte, por decirlo así, egoísta por parte de los reyes y sacerdotes, ya que se mandaban a retratar a sí mismos para exaltar sus gloriosas hazañas y para asegurarse la eternidad después de la muerte. Asimismo, para asegurarse la continuidad en el poder, como verdaderos políticos de hoy en día, hacían que sus pintores y escultores los retrataran en su mejor perfil y como representantes de Dios en la tierra, fuera o no verdad.

En ambas culturas el uso de la imagen es con motivos religiosos, en Egipto el rey era considerado un dios inmortal.

Los temas no varían en cada cultura. En Egipto el tema es el rey y la reina, con sus súbditos, mientras que en la cultura contemporánea el tema son los santos, excepto que hay mucha más variedad de santos que de faraones, o sea, indirectamente es más amplio el temario.

Esto no implica, que ciertos hombres poderosos y acaudalados de nuestra era, no mandaran retratarse, como una forma de extender, o por lo menos mantener, su fama y poder, emulando así a los faraones egipcios, tratando de que sus hazañas queden para la posteridad, sea esa fama bien merecida o no.

NOTA: Este artículo es complementario a «La Arquitectura Antigua de Mesopotamia y Egipto» publicado el 7 de noviembre de 2017.

[1] Arnold Hauser, Historia Social de la Literatura y del Arte, 1951.

[2] E. H. Gombrich, Historia del Arte, 1950.

[3] Karl Woermann, Historiador del arte, de nacionalidad alemana. (1844-1933).

[4] E. H. Gombrich, Historia del Arte, 1950.

[5] E. H. Gombrich, Historia del Arte, 1950.

[6] Karl Woermann