La Arquitectura Antigua de Mesopotamia y Egipto

La ARQUITECTURA Antigua de Mesopotamia y Egipto:

Ideas de Poder y Autoridad

Por: Arq. Jonsi Ellis-Calderón  AQ-14647

Las tumbas (primero mastabas, y luego pirámides) en Egipto, y los templos y palacios en la Mesopotamia antigua, son las obras arquitectónicas que más reflejan el ejercicio del poder y la autoridad en aquella época.

Los templos en la antigua Babilonia exaltaban el poder del dios correspondiente, ante el cual se hacían sacrificios y para lo cual debían acondicionarse perfectamente. La mayoría de estos templos tenía emplazado en su parte más alta del edificio al respectivo dios, donde se hacían los sacrificios. Los ‘zigurats’, por su parte, eran unas torres escalonadas que se elevaban a los antiguos templos babilónicos, sin que fuesen en modo alguno los propios templos. Un ejemplo de esto es el santuario central de Bel, en Nippur, donde “se albergaba el padre de los dioses con su esposa” (Hilprecht) [1].

“El templo constaba de dos grandes patios contiguos de forma rectangular, casi cuadrada, unidos por una puerta monumental. En el segundo se encontraba el zigurat, la torre, epigráficamente designada con el nombre de Ekur o Casa de repuesto, junto a la verdadera casa de Bel” (K. Woermann) [2].

Cada dios tenía su propio templo en la ciudad de la cual fuera patrono. Además de Bel, dios de las fiestas; Ea, la diosa del océano tenía su templo más importante en Eridu; Sin, el dios de la luna en Ur; Anu, la diosa del cielo y la importante diosa Ishtar tenían su templo en Uruk.

Pero si los templos representaban el poder y la autoridad de los dioses, los antiguos palacios babilónicos y asirios representaban el poder de los gobernantes. Ejemplos de esto son: la llamada “Villa Real” procedente del reinado de Ur-Nina, en Babilonia, y el palacio de Khorsabad, en Asiria.

La Fortaleza de Sargón, en árabe Dur-Sharrukin, fue la capital del Imperio Asirio por pocos años -unos doce años- antes de que Senaquerib, hijo y heredero de Sargón II moviera la ciudad capital a Nínive, situada unos 20 kilómetros al sur. Dur-Sharrukin fue una ciudad amurallada que existió donde hoy en día se ubica Khorsabad, en el norte de Irak.

Palacio de Sargon, Khorsabad, Irak. Foto: bible-history.com
Palacio de Sargon, Khorsabad, Irak. Foto: bible-history.com

Las tumbas y complejos funerarios del antiguo Egipto son las obras arquitectónicas más representativas del poder de los faraones. “Los edificios del antiguo Egipto son considerados, aún hoy, entre las construcciones más importantes de la historia de la arquitectura” (Christian Norberg-Schulz) [3].

En la arquitectura egipcia también se da el recurso del sentimiento de la eternidad y la inmortalidad. Al respecto Norberg-Schultz nos dice: “El deseo de concretar un orden eterno era esencial para demostrar la continuidad de la vida después de la muerte. Las tumbas y los templos funerarios, es decir, las “moradas de la eternidad”, eran por lo tanto, las obras más importantes en el antiguo Egipto”.

Las tres pirámides de Gizeh son el ejemplo más claro –no el único- de tumba monumental. La pirámide es la versión monumental de la mastaba, que era una tumba más antigua y más sencilla; que a su vez evolucionó de una forma más primitiva, el túmulo de tierra. “Las intenciones egipcias lograron su realización más directa e imponente en este grupo de tumbas reales construidas a partir de la IV Dinastía” (Norberg-Schultz).

Otro ejemplo importante es el complejo funerario del rey Zoser, construido en Sakkara y que data de la III Dinastía. Fue en Sakkara donde nació precisamente la arquitectura egipcia en piedra.

Otro ejemplo: el templo funerario de la reina Hatshepsut, construido en Deir-el-Bahari, durante la XVIII Dinastía. Este complejo funerario tiene características diferentes a los demás, ya que en él desaparecen las masas megalíticas. El tema dominante es el sistema de estructura trilítica, y su composición básica es un sistema de tres terrazas conectadas entre sí por rampas escalonadas situadas en la parte central axialmente.

Templo de Hatshepsut en Deir-el-Bahari, Egipto. Foto: María/reocio.com
Templo de Hatshepsut en Deir-el-Bahari, Egipto. Foto: María/reocio.com

Se le daba tantísima importancia a las tumbas de los faraones ya que “el faraón era un símbolo de carácter absoluto y permanente de la totalidad hombre-naturaleza […] el objetivo básico de la cultura egipcia era proteger esa totalidad experimentada y deseada contra el cambio” (Norberg-Schultz). El faraón, como símbolo de poder y autoridad, y representante divino, debía mantenerse sin cambio, para no cambiar ese sistema general del cual toda criatura formaba parte.

Comparación con espacios monumentales contemporáneos. Si en el antiguo Egipto el pretexto para crear espacios monumentales era la muerte (de sus príncipes), en la cultura judeo-cristiana contemporánea lo es la religión, tratando de buscar a Dios (la Vida). Y aunque las dos culturas creaban sus formas arquitectónicas basadas en la religión, porque tanto las tumbas egipcias, como los templos babilónicos, así como las iglesias contemporáneas son obras religiosas, la diferencia radica en la particularidad de su dios o dioses.

Los templos de la antigua Babilonia eran erigidos para honrar la presencia de sus múltiples dioses. Como sociedad politeísta, Babilonia tenía un templo para cada dios. Mientras que en Egipto, aunque igual tenían varios dioses, la diferencia radica en que estos dioses tenían un representante terrenal que era el faraón, quien también tenía título de dios, al cual, cuando muriera, había de edificársele una tumba digna de un dios, como una pirámide o un complejo funerario, para garantizar su vida eterna.

En la cultura contemporánea, igualmente se crean espacios monumentales religiosos pero más como una búsqueda hacia Dios, y no como un lugar de descanso para Él, además de ser un solo Dios y no varios. Mayormente en el gótico, se da una búsqueda hacia Dios por medio de la luz, porque Dios es luz y está presente en ella. Los espacios sagrados y grandiosos, o sea las iglesias, se conciben para dejar entrar esa luz.

Hay una diferencia muy grande con respecto a los templos egipcios, ya que “el recorrido egipcio no conduce hacia un espacio monumental, sino que representa el curso de la vida como un eterno retorno a los orígenes” (Norberg-Schultz). En los templos egipcios, conforme se iba adentrando cada vez más en espacios más sagrados, se iba reduciendo la escala hasta llegar a un espacio íntimo y pequeño, “el espacio se convierte en el escenario de un eterno peregrinaje”.

La monumentalidad de las edificaciones es una característica compartida por ambas culturas. Las pirámides están “situadas de tal modo que formen una larga hilera de montañas artificiales paralelas al Nilo”. “También en Tebas forman los templos una hilera similar a lo largo de la cadena de montañas, si bien allí no hay pirámides sino tumbas rupestres” (Ch. Norberg-Schultz). Hoy en día, nuestras catedrales y basílicas son verdaderas ‘montañas’ en nuestras ciudades.

Para ambas culturas, la finalidad era prácticamente la misma: “[…] era hacer visible la estructura espacial que le daba al hombre egipcio su sentido de identidad existencial y de seguridad” (Norberg-Schultz). Prácticamente el mismo fin de nuestros espacios sagrados actuales.

En la cultura contemporánea el poder está representado, en los espacios sagrados, por la iglesia y la religión, mayoritariamente cristiano-católica. Las más grandes catedrales y basílicas del mundo son católicas, y esto hace encontrar cierta homogeneidad y hasta monopolio en los espacios monumentales actuales.

La misma homogeneidad y monopolio se encuentra en la arquitectura monumental egipcia, ya que igualmente responde a los lineamientos de una sola religión, la del faraón; y como tal, no había campo para desviaciones de estilos o formas que pudiera haber producido otra creencia.

[1] Hermann Volrath Hilprecht, Arqueólogo alemán. (1859-1925).

[2] Karl Woermann, Historiador del arte, de nacionalidad alemana. (1844-1933).

[3] Ch. Norberg-Schulz, Arquitecto, historiador y teórico de la arquitectura, (1926-2000).